Esta frase es prima hermana de “Si no, ¿para qué trabajo?”. Muchas veces nos encontramos justificando gastos innecesarios o, peor aún, que no podemos afrontar por el sólo hecho de satisfacer esa vocecita interna que se deja llevar por un objeto deseado, que promete llevarnos directo a la felicidad. Vamos, todos hemos estado en ese lugar en algún momento o, debería decir, en varios. No quiero decir que cada tanto no podamos gastar en algo que deseamos mucho, más bien hago foco en esos momentos en que no le damos una vuelta para pensar realmente en la compra que estamos a punto de hacer.
Durante la pandemia no fui ajena a la tendencia del cuidado de la piel, más específicamente la piel de la cara. Comencé a seguir influencers que recomendaban distintos productos. Todos eran indispensables (supuestamente). Así fue como empecé a comprar cada vez más productos y dupliqué la cantidad de envases que formaban parte de mi rutina diaria. Con tanto tiempo libre adentro de casa, me resultaba entretenido dedicarle varios minutos al día a la piel de mi cara. Hasta que las restricciones se relajaron y ya no pasaba tanto tiempo en mi casa, entonces empecé a no usar todos los productos todos los días y así me di cuenta de que mi piel se veía igual de saludable. Decidí volver a una rutina simple que funciona en mi calendario y que también mi bolsillo prefiere. Todo esto claro, hasta que terminé cada uno de esos productos extra, porque mi cabeza no iba a estar en paz si al menos no usaba hasta la última gota de todos esos productos que implicaron menos ahorros.
Nuestro consumo impulsivo puede también ser motivado por un día triste, un día feliz, o el día que cobro. Para quienes trabajan en relación de dependencia diciembre y junio son meses en que el aguinaldo hace que el salario llegue con un complemento. Y ese dinero extra puede tentarlos a inmediatamente gastarlo.
Creo que cuando sentimos que estamos corriendo atrás de una compra impulsiva está bueno tener a mano algunas preguntas que nos guíen en esa decisión antes de apresurarnos. Acá te comparto tres:
- ¿Realmente lo necesito?
- ¿Lo puedo pagar?
- ¿Es algo que me va a hacer más libre o prisionero una vez que lo adquiera?
Respecto a la primera pregunta, algo que me gusta hacer para responderla es generar listas de objetos que necesito. Si después de una semana ese objeto de la lista me sigue pareciendo relevante, hago la búsqueda necesaria para comprarlo. Muchas veces termino tachando de la lista cosas que quizás vi en internet, pero realmente no necesito.
¿Lo puedo pagar? Si ya estás evaluando en cuántas cuotas te ofrecen pagarlo, quizás sea un indicativo de que es mejor dejar para otro momento la compra. Endeudarse para gastos superfluos no es la mejor idea. Comprar en cuotas implica endeudarse con el banco que emite dicha tarjeta y, aunque las cuotas sean “sin interés”, alguien debe pagarlas e incluso muchas veces las cuotas tienen asociados costos de la tarjeta (como seguros) que terminan generando cargos extras no previstos. Y el “sin interés” se transforma en una utopía.
La última pregunta apunta al hecho comprobado de que los objetos nos hacen esclavos de ellos mientras que las experiencias, todo lo contrario, además de crearnos recuerdos de por vida. La generación centennial ya se dio cuenta de esto y prefiere gastar su dinero en experiencias, aunque también esto puede estar influenciado porque las redes sociales y su necesidad de compartir en ellas que se está viviendo la vida al máximo.
Si concluiste que vas a realizar la comprar, te dejo algunas preguntas adicionales:
- ¿Es este el mejor precio?
o Hoy en día no hay excusas para meternos en internet y buscar al menos dos precios diferentes para comparar y decidir el mejor lugar donde realizar la compra. - ¿Es algo de buena calidad?
o Poder acceder a elementos de mejor calidad alargará su vida útil, reduciendo el costo de reponerlo en el futuro. - ¿Qué más puedo comprarme con este dinero?
o Puede ser otra cosa que venga antes en tu lista de prioridades, o puede ser no gastar ese monto para poder ahorrarlo e invertirlo.
La necesidad de urgencia también debería ser un indicativo de frenar y analizar. Generalmente responde al buen trabajo de la publicidad y el marketing en alimentar el sentimiento de posesión.
No siempre es fácil cuestionarse y no tentarse, por eso también es bueno tener un presupuesto asignado a compras imprevistas, o placeres culpables. Todo sin perder de vista que en general ese tipo de compras está impulsado por la estimulación constante a consumir. Y siendo honestos, son pocos los productos que realmente cambian/mejoran nuestro día a día. Si encontrás muy difícil el sacrificio de dejar de lado las compras impulsivas, te propongo empezar por una: la próxima vez, antes de hacer clic y tentarte con el envío gratis, esperá al siguiente día. A veces un pequeño paso nos puede llevar a cambios más grandes. Y si hemos crecido con la idea de que los deseos no se posponen, tendremos que reeducarnos para incorporar el hábito de evaluar mejor qué compramos, cuándo y cómo.
Es importante no perder de vista que la dopamina de un producto nuevo dura mucho menos que el tiempo que pasamos deseándolo, ese momento de felicidad es lo suficientemente efímero como para no darse el tiempo de decidir con consciencia.