La frase de que las mejores cosas de la vida son gratis suena muy poética, pero se aleja de la realidad. Si bien en la vorágine del día a día podemos detenernos a valorar momentos compartidos con las personas que queremos, nuestra salud, o un lindo atardecer, la realidad es que la vida moderna está llena de gastos a diario. Algunos más necesarios que otros, eso lo determinará cada uno.
Mi mamá creció en el campo, y eso significó para ella ver cómo su papá tenía una huerta que les permitía generar sus propios alimentos que su mamá y su tía se encargaban de cocinar. Asimismo, mi abuela materna era modista, tenía una escuela de modistas para las chicas de los campos cercanos y eso significaba que era capaz de cocer sus propias prendas. Esa vida autosustentable dista mucho de cómo vivimos hoy la mayoría de las personas, especialmente si lo hacemos en una ciudad grande. Las necesidades básicas de abrigo y comida tenemos que cubrirlas recurriendo al trabajo de otros, porque nosotros dedicamos nuestro tiempo a alguna actividad en particular que nos permitirá pagar por esos productos y servicios.
El mercado es muy creativo a la hora de generarnos necesidades. Hace poco menos de un año en Buenos Aires se puso de moda circular con patos amarillos en la cabeza. Nadie sabe a quién se le ocurrió, pero de pronto uno veía esto en todos lados. Y esos patitos con hebilla para enganchar del pelo se vendían en precios que iban desde los 1.500 a los 2.000 pesos. Las redes sociales se inundaron de imágenes de personas con el accesorio en su cabello. Quienes vendían estos patos lograron ganar dinero con esta moda que duró poco más de un mes. Y todo aquel que se compró el pato para posar, realizó un gasto imprevisto de algunos miles de pesos.
Ejemplos como el de los patos amarillos hay miles. Me gustó ese en particular para ilustrar que continuamente estamos tentados a gastar nuestro dinero en cosas que, si nos detenemos a pensar unos minutos, son completamente innecesarias. Por eso es importante tener gastos a consciencia. La elección de un consumo solo por una necesidad de hacer espejo con otros puede llevarte a dejar de lado la satisfacción de tus verdaderos deseos. Y hay un nombre para eso: deseo de imitación, que se traduce como querer algo porque hay alguien más ahí afuera que también lo quiere.
Resulta bastante difícil salirse de la interacción social, la comparación y eso que nos lleva a imitar el patio del vecino, porque gusta lo ajeno más por ajeno, que por bueno. Sin ir más lejos, hace un mes cumplí años y pensaba auto-regalarme un Oura Ring. Ya había averiguado los modelos disponibles, su precio, cómo tomar la medida de mi dedo para que anillo calce, y hasta había hecho cuentas de cuánto me saldría a lo largo de mi vida comprarlo. Porque además de tener que renovarlo cada cierto tiempo, como cualquier producto electrónico, para poder acceder a la información que rastrea, hay que pagar una suscripción mensual. Tenía toda la información previa a adquirirlo, pero como no soy de realizar compras impulsivas, cuando se acercaba mi cumpleaños me pregunté de dónde había salido la idea de este auto-regalo, que de barato no tiene nada. Entonces me acordé de que se lo había visto puesto a una influencer, que también habla sobre finanzas y a la cual admiro, porque me gusta mucho su manera de comunicar. Eureka! Esa necesidad imperiosa de rastrear mi sueño, mi actividad física y tantos otros indicadores de salud de pronto no era tan propia. Lo que sí me resultaba propio era la cantidad de frases convincentes sobre el hecho de que ese anillo era lo que más necesitaba en este momento para mejorar mi salud general. Saber que el deseo sobre el anillo no era tan propio me hizo pensar sobre si era el mejor momento para comprarlo. Y concluí que todavía puedo mejorar otros aspectos de mi rutina para una vida más saludable, aunque no tenga una tabla de datos con indicadores. No descarto en el futuro obtener este anillo, por ahora decidí posponer el deseo. Tener ese anillo no me va a convertir en una experta en finanzas personales exitosa, pero evidentemente mi subconsciente pensó diferente.
Si bien el mundo está lleno de mensajes sobre “abrazá tu unicidad”, hay una tendencia humana a querer imitarnos y parecernos, nadie quiere diferenciarse demasiado y ser tildado de raro. Además, que las creencias sobre otros, a quienes tal vez ni siquiera conocemos, nos hace querer imitarlos al menos teniendo los mismos objetos. Es muy difícil conectar con el deseo propio sabiendo que reflejan nuestros deseos de imitación y aspiración sociales. Sin embargo, vale la pena preguntarse y ganar claridad sobre qué bienes o servicios nos generan un placer supremo, para poder orientar nuestros gastos a aquello que realmente nos haga felices.
Gastar con intención no es más que no dejarse llevar por la infinidad de artículos que nos son ofrecidos constantemente, y poder diferenciar aquellos que realmente tocan alguna fibra personal y valen la pena. Nada peor que vivir una vida intentando impresionar al resto, en lugar de poner nuestro dinero en aquello que realmente nos cambia la vida, nuestra vida.