Somos muchos los que en argentina usamos efectivo para nuestros gastos del día a día. En los últimos años, el aumento de la inflación hizo que necesitemos andar con una gran cantidad de billetes para comprar cualquier cosa. Y no fue hasta el año pasado que el billete de $ 2.000 vio la luz, cuando ya todos coincidíamos en que se necesitaban otros más grandes. Tuvimos que esperar al cambio de gobierno para que finalmente este año, 2024, se lance el billete de $ 10.000. De todas maneras, por el momento el de mayor circulación es el de $ 1.000 (más de la mitad del total de billetes en circulación), por lo que cargar con la billetera abultada si se pretende utilizar efectivo es medio inevitable.
Para algunos, lo engorroso de utilizar efectivo, sumado al boom de las billeteras virtuales, fue haciendo que se vuelquen cada vez más al uso de medios de pago digitales y tarjetas. Las billeteras digitales, si pagamos con el saldo en cuenta, funcionan como una tarjeta de débito. Son el equivalente a utilizar una tarjeta de débito donde el pago se debita de una caja de ahorro. Asimismo, las billeteras te permiten pagar a través de una tarjeta de crédito donde cargás gastos que se pagan al final del mes, todos juntos.
No utilizar efectivo es muy conveniente, nada como escanear un QR y pagar en dos clicks. O entregar una tarjeta y que te devuelvan la misma tarjeta, con el pago ya realizado. Mi primera experiencia con tarjetas fue cuando recibí una extensión familiar. Tenía dieciséis años, estaba realizando un intercambio cultural en otro país y por primera vez tenía que administrar mis finanzas. Hasta ese momento cualquier gasto lo cubría pidiéndole a mis papás que me lo compraran y punto. De pronto tenía una tarjeta de débito y otra de crédito a mi disposición. Los primeros meses del intercambio solo utilizaba la tarjeta de débito, donde todos los meses mis papás me depositaban dinero. A medida que avanzaba el intercambio, me solté y comencé a usar la tarjeta de crédito. Lo que llamaría un camino sin retorno.
Los primeros meses, solo usando tarjeta de débito, esta me daba una sensación de escasez porque yo sabía exactamente cuánto había en ella y el saldo iba disminuyendo conforme iba realizando compras. Pero la tarjeta de crédito era como un barril sin fondo. Mentalmente yo sabía que no podía gastar en ella más que lo que me depositaban en la tarjeta de débito porque en sí, se suponía que su uso era más bien destinado a emergencias. Aunque una remera extra por mes no era un gasto grande y podía ir en la de crédito. El único gasto de emergencia que realicé fue una consulta médica que al siguiente mes el seguro me devolvió. Cuando se acercaba el momento de volver de ese viaje, se me ocurrió traerles regalos a todos los miembros de mi familia. Y ahí si puse en uso intensivo la tarjeta. Recorría outlets y me convencía de que todos los regalos eran una ganga. Así fue como llené una valija solo de regalos. Le compré a mi hermanita recién nacida un piloto de lluvia para alguien de dos años. ¿Era necesario? Claro que no, pero cuando pagas con un instrumento que parece inocuo porque hasta el siguiente mes no te enterás exactamente de su costo, cualquier gasto se muestra inofensivo.
Una vez que me inserté en el mercado laboral, durante mis primeros años de trabajo solo utilizaba efectivo o tarjeta de débito porque tenía en claro que era la mejor manera de no excederme con mis gastos. Luego consideré que construir historial crediticio era una buena idea, sumado a que planeaba viajar, entonces averigüé en mi banco por un plan bonificado. Así fue como obtuve mi primera tarjeta de crédito propia.
Las ventajas de la tarjeta, sea de débito o crédito es que tenés registrada cada compra, lo que facilita llevar control de gastos. Por otro lado, no se produce lo conocido como “dolor por pagar” que es esa incomodidad momentánea que genera la utilización de efectivo al tener que entregar de manera física dinero para obtener algo. Y si solés realizar gastos impulsivos, puede que sea algo que necesites.
Las tarjetas de crédito dan facilidad de pagos en cuotas, y en tanto no abusemos de ellas, pueden ser una buena manera de adquirir productos de larga duración. No se debería pagar en cuotas productos que se consumen antes de terminar de pagarlos. Y la acumulación de cuotas puede llevarte a pagar el mínimo de la tarjeta, algo que hay que evitar a toda costa porque los intereses son altísimos y rápidamente se transforman en una bola de nieve difícil de frenar.
Si estás canchero con las billeteras virtuales, es bueno evaluar aquellas que ofrecen rendimientos por dejar tu dinero depositado en ellas. Lo que hay detrás de estas cuentas es un fondo “money market” administrado por la billetera. Es decir, un fondo común de inversión de alta liquidez que la billetera se encarga de administrar por vos. Y en caso de que aún no tengas abierta una cuenta en un bróker financiero, o ALYC, puede ayudarte a generar un rendimiento mínimo para los consumos del mes con la ventaja de no tener que inmovilizar el dinero por cierto tiempo como sucede con los plazos fijos.
Tener la billetera llena de billetes es bastante incómodo y hasta inseguro. De todas maneras todavía elijo el uso de efectivo porque uso a mi favor el “dolor por pagar” además de que usar efectivo me genera una sensación de mayor control. Por eso, es bueno priorizar el uso de efectivo si estás sintiendo que tu vida es financiera es un desorden, al menos hasta que logres estabilizarte, y construir un fondo de emergencia. En estos casos no es recomendable usar tarjetas porque incentivan compras impulsivas al recién tener que preocuparse por el gasto al siguiente mes.
Creo que se puede hacer una mezcla de todos los medios de pagos disponibles, siempre que tengas en claro tus objetivos para no terminar gastando de más. Y que esos gastos innecesarios no te lleven a una vida por encima de tus posibilidades, solo sostenible en un endeudamiento constante.